LA TÍA TOYA
Blanca como Argemone munita surgía a la vida, las manos de la partera la
recibieron del universo perfecto al mundo de lo azaroso. El aliento de la madre
deslizándose suavemente sobre el rostro de la pequeña niña , le provocó un
mínimo suspiro antes de liberar su primer llanto, sonido que tomó camino por
los senderos donde después, irían juntas a enterrar en ofrenda a su lugar de
nacimiento, el ombligo de la recién nacida en un punto preciso y estratégico en
la ladera del cerro del Cuatlapanga.
La
bienvenida de Victoria al mundo donde se siembran los sentimientos, las
acciones, el destino y se cosecha el amor, el odio, lo incierto, lo certero y
las consecuencias de la vida; se la dieron sus tres hermanos y sus cinco
hermanas. Siempre fue pequeña de tamaño o así se sentía ella, pero giganta de
anhelos y aspiraciones, de carácter férreo en las rencillas con los hermanos,
por lo que se ganó el mote de la “chiltepina”. Crecía y vivía plena y
totalmente feliz en las praderas tlaxcaltecas, aún en la austeridad en la que
se encontraba la familia. Victoria era toda risas y toda certidumbre de
felicidad hasta que cumplió los 6 años. El destino “azaroso” empezó con sus
triquiñuelas de irle quitando de apoco las cosas que más iba amando en su vida,
era como un afán famélico del destino, probar la contundencia y veracidad de su
nombre. Una tarde de tolvaneras de Marzo, el padre de Victoria hacia arreglos
en las alturas de un muro de la hacienda donde laboraba, sin más, la parca
apareció detrás de un jagüey. Oscura, ceniza, opaca. Caminó casual e
imperceptible junto a la escalera donde estaba el Sr. Montiel distraído en sus
faenas, la siniestra sombra apenas toco el peldaño de la escalera y siguió su
camino sin dejar su paso fúnebre en dirección incierta. El cuerpo del “señor
Montiel” se precipitaba en caída libre hacia el firme suelo donde una piedra lo
esperaba punzante, para tocarle la nuca y obligarlo a nunca despertar. Ese
sueño eterno del padre de Victoria le hizo añicos el corazón a la niña, su
primer amor total y recíproco por un hombre, se lo acababan de quitar sin
explicación anticipada, sin preámbulos de advertencia que pudiera entender ni
en ese momento ni nunca jamás, ese sería el primer añoro que no dejaría de
pensar, soñar y ver, hasta sus últimos días en la tierra.
Victoria “ Toya” aún siendo una “chamaquita” se convirtió en la “nana”
de muchos de los hijos de sus hermanas y hermanos, es decir de sus sobrinos,
algunos incluso eran casi de sus edad, lo que le permitía generar juegos
multitudinarios donde a falta de muñecas y muñecos, usaban a los más pequeños
de los críos para cubrir estos roles, jugaban a las mamás y la comidita,
alimentando bebés de verdad, cambiaban y lavaban pañales con desechos reales,
arropaban y dormían a los pequeños con cuentos y leyendas que sabía o
inventaba, esto la fue llevando de una casa a otra a lado de su madre,
donde sus hermanos mayores las alojaban.
El Primer “amor _ desamor” incidental, lo encontró en Teziutlán, el romance
la coqueteo como a los veinticinco años y de este encuentro fugaz, uno de sus
más grandes amores, su hijo Jorge Miguel, arribó sin la espada de San Miguel a
su vida, pero con una luz infinita que iluminó un lado del corazón de Victoria,
del otro en cambio, quedó la oscuridad que se impregna más y más a la ausencia
del hombre que se pensó la amaba y no fue así, quedando como dicen en los
pueblos, sin que le cumplieran. Así que Toya apretó los dientes, liberó
raudales de lágrimas que los hermanos y hermanas barrieron durante días para
que no se anegara el patio y la recamara y fuera más fácil que a las mañanas
siguientes no quedara rastro ni de la pena, ni de la auto humillación de
Victoria, quien, sin más, a los tres días de llanto, resucito y re direccionó
su nueva historia, en esta ocasión con su hijo en brazos.
Toya terminó la secundaría en un Teziutlán que crecía y se hacía más ciudad
importante en esa zona de Puebla. Trabajó aquí y allá, laboró para la línea de
camiones Teziutecos, de asistente en una imprenta, de secretaria en una oficina
y en un “súper” de cajera. Hasta que apareció un fuereño de Jalisco, moreno, de
sombrero y botín charro, de sonrisa fácil y un tanto dicharachero. Le hizo la
corte un tiempo, fue en esa época donde Victoria descubrió que existían los
milagros si los suplicas con fe. Un día llego el fulano Moreno de nombre Juan
Manuel, con troncos de madera para hacerlos leña útil para las necesidades de
la casa, Jorge tendría si apenas 8 o 9 años, Victoria lo llamo para que ayudara
a bajar de la camioneta los troncos que casi eran del tamaño de los brazos
extendidos del niño, a quien le recomendaron que solo llevara de a tres
troncos por viaje, aunque él decía que podía con cuatro. Otra vez el ólan
de lo azaroso distraía al Ángel de la guarda del pequeño Jorge, quien al
dar el paso para cruzar el portón de madera y entrar al patio de la casa, la
suela desprendida de su zapato derecho, se ancló en el escalón de la puerta,
sometiendo al niño volar de bruces con las manos anuladas entre en los troncos
que descansaban sobre los hombros del chaval; en un segundo todo era una maraña
caótica en movimiento, salieron disparados los maderos precipitándose sin indulgencia
alguna sobre sus brazos, cabeza y de manera feroz sobre su mano derecha,
moliéndole prácticamente todos los dedos de esa mano con la
que lazaba la pelota de béisbol, su deporte preferido. Las lágrimas del niño se
mezclaron con la sangre, su madre y el enamorado arremolinaron un pañuelo en la
mano de Jorge y lo llevaron al hospital de emergencia, donde el pronóstico de
salvarle los dedos y la mano era negativo, salieron y enfilaron ruta por la
carretera colmada de curvas hacia Puebla, los tres corazones latían tan
apresurados que solo se escuchaba un único palpitar pausado. Llegaron a Puebla
después de un camino que parecía interminable, los doctores al ver la mano de
Jorge dijeron no saber que hacer sin los recursos quirúrgicos necesarios, lo más
que se le ocurrió a un doctor fue poner seguros en los dedos para sostenerlos
como si fueran pequeños trozos de listones púrpuras que se habían vuelto
girones de hilos y esperar que no se infectaran, tratar de coser los pedacitos
de carne desprendidos del hueso y adherirlos a estos con venditas y pedir un
milagro. Victoria se perdió del mundo, un mutis gigante le corto la respiración
por un segundo, no sabían que hacer, caminó y caminó hasta que llegó donde la
velas dan señal de fe, entró, se Ahincó,
y le pidió al “Señor de las Maravillas” con fervor lo que cualquier madre pide
en una situación así. Durante días, semanas, meses, fue a la capilla, hasta que
una mañana, Jorge reconoció su mano de dedos torcidos pero completos y vitales,
fue el jueves que le quitaron los vendajes y el color a rosas secas ya solo se
veía en algunas áreas. Tenía sus dedos y podía sujetar otra vez una pelota de
béisbol, alzando su manita presumió a todos los señores del pabellón de
enfermos que aplaudían, Victoria se llevaba a su hijo completo de ese
sitio donde paso tanto tiempo y donde por ser el único niño se convirtió en el
“doctorcito”, ya que la viveza y parlachinería del chamaco, hacía que las
enfermeras lo usaran de distractor en las curaciones dolorosas de otros
pacientes, además de hacerles la estadía más ligera a los señores sobre
todo cuando con su radio de baterías, escuchaban los partidos de béisbol
en las tardes y el escuincle les daba las reseñas de jugadores,
estadísticas y pronósticos de los equipos.
Victoria acepto la propuesta del Jalisciense de irse con todo e hijo a la
capital del país, eran principios de los años 60´s. Otra vez siguiendo a
algunas de las hermanas y hermanos mayores ya instalados en el distrito
federal.
Victoria quedó en cinta tres veces más, pero estos niños no se lograron o
se reusaron salir a este mundo, hasta que en 1965 un niño aceptó el
desafío y el día de la Candelaria, en la colonia Candelaria en Coyoacán, le dio
los buenos días a las 8:40 am, se acurruco entre sus brazos y se mimetizó
con el color de la piel de su madre, dejando que los latidos mutuos se
comunicaran en una especie de clave morse, que solo repetían dos palabras, te
amo, te amo. Te amo… Victoria con ayuda de su hijo mayor, sus hermanas y
hermanos, empezó la crianza de sus hijos. El padre de estos iba y venía por su
trabajo de chofer, por lo que en una de sus visitas en 1967 le dejó otro
recuerdito, que llevó a Victoria un día de 1968 de emergencia al Sanatorio San
José, donde su hijo Jorge apenas un muchacho y su hijo Manuel hasta ese momento
el menor, esperaban ansiosos una noticia de las enfermeras que corrían de un
lado a otro, entraban, salían, sin decirles nada. Victoria se iba al sueño
luminoso donde su padre, y para entonces también su madre, la esperaban;
de pronto, el llanto de una niña embalsamada de fluidos vitales ,
superó las voces del cuerpo médico, fue tan fuerte, tan estridente el chillido,
que Victoria reaccionó, y en ese momento decidió corregir el camino y se
aferró a la tierra, se resistió a irse tras la luz divina, forzó los
parpados para abrirlos y ver colmada de amor, a una pequeña amoratada y de
cabello nocturnal que llamaría Sandra, la cual después de ese llanto
estrepitoso, calló durante su primera infancia al grado que su tía Lupe y su
tío Luis pensaban que tenía un daño cerebral o de algún tipo porque parecía
“mudita”.
Con tres hijos en la cesta, mucho camino por andar y un compañero que fue
dejando de serlo, Victoria recurría al núcleo que nuca fallaba en su vida, sus
hermanos. Los va y benes de la vida no le eran fáciles, así que aprendió a
descuartizar pollos a lado de su hermana Lupe en una pollería que atendieron
por años, años en los que sus hijos menores Sandra y Manuel vivían de día y de
tarde en casa de la tía Lupe mientras Jorge iba a la escuela y trabajaba. Las
hermanas atendían el negocio siempre de manera cordial lo que les rendían
medianos frutos. Fue gracias a esa mancuerna laboral que su hija Sandra tuvo su
único cumpleaños con pastel en toda su infancia; el del primer año. Era un
martes en la tarde, las hermanas eufóricas sobre todo la tía Lupe, entraron al
departamento 14 de la calle de Higuera 22. “Como no le vas a hacer nada a la
niña le reprocho Lupe a su hermana”. No deja ya, ay para la otra, nos vamos
mañana gracias, le contesto Toya, mientras ordenaba las mamilas. Mira vamos
hacerle un pastelito de esos rapiditos sencillos, insistió la tía Lupita y de
pronto empezaron con las medidas de harina, las batidas de los huevos, y ante
tanto movimiento culinario Manuel que apenas pasaba los 4 años, pregunto: ¿qué
hacen? Un pastel de cumpleaños para tu hermana que partiremos en la noche dijo
efusiva la Tía Lupe, a lo que Manuel entendió, ¡¡“Haremos una gran fiesta!! con
payasos, globos, piñatas y viandas para todos, festejaremos a tu hermanita esta
noche y puedes invitar a todos los niños de la vecindad! Y así fue,
Manuel corrió la voz de la fiesta por todos los niños de la vecindad, para eso
de la 6 de la tarde apareció un chamaco con los cabellos relamidos y la mugre
de la cara disuelta hacia los lados preguntándole a Victoria, ¿ya casi es la
fiesta señora? ¿La fiesta? cual fieeeeess…. Maaanuuueelll grito Toya
percatándose del caos que se aproximaba, angustiada alargo la mano para
atizarle a Manuel unos zapes mientras le preguntaba que había hecho? Pues como
que que, balbuceaba el niño entre llantos, pus, invite a todos a la fiesta de
mi hermanita. Victoria le hiba a zumbar otros cates al chamaco cuando la
tía Lupe como siempre, con una sonrisa le dijo: Ya para que te enojas Toya, son
niños, total ahorita mandamos por unos tamales, le echamos más agua al
chocolate o nos inventamos algo, y ya mujer no pasa nada. Victoria sabía que no
había esos recursos a la mano para eso de momento, por lo que el detalle de la
aportación de la hermana y los sobrinos mayores poniendo globos, yendo por las
cosas y siendo como Cristo en la multiplicación de los panes, les dieron a
Victoria a sus hijos y a los niños de la vecindad, un cumpleaños inolvidable,
su hija cumplía un año de vida y Toya también, un año de haber vuelto a la
vida.
El destino aventaba los dados con buenos números unas veces y otras con
caras blancas, y así, sigiloso, desmedido, le fue quitando de apoco a los
hermanos, a las sobrinas, a las hermanas, a los sobrinos que habían sido más
que eso, haciendo abonos de llantos internos y dolorosos en el alma de
Victoria. Pero la estocada crucial llego con una llamada telefónica a las 7:37
PM de su hijo Manuel, diciéndole que Jorge abdicaba a seguir tratando de
hallarse en esta tierra y que prefería recorrer el universo lanzando estrellas
como pelotas de béisbol para que los que nos quedáramos aquí tuviéramos más
estrellas fugaces y con ellas deseos buenos que pedir.
Victoria se convirtió en una derrota momentánea. Sus ojos se fueron
apagando y su energía también, refunfuñaba de ser ya una in servible. Los
nietos de sus hijos le daban aire, pero el oxígeno se fue con su hijo. Aun así
no perdía la cordialidad con los vecinos conocidos y los desconocidos, tantos
años atendiendo clientes del barrio junto a su hermana en la pollería y después
otros tantos como asistente en un colegio de monjas del rumbo, le dejo el
legado de muchas manos saludándola cuando caminaba lentamente rumbo a San Juan
Bautista, o cuando se les escapaba a los hijos para irse a misas inexistentes
en la iglesia por los horarios, además ya casi sin ver, ya casi sin oír, pero
con mucho que platicar, la podías encontrar comiendo con las marchantas del
mercado viandas que las mismas marchantas le invitaban, disfrutando helados en
el parque que algún ex alumno del colegio ya mayor, por el gusto de verla le
compraba. En alguna de esas fugas, regreso del brazo de una chica como de 20
años, Victoria traía una rodilla raspada, la muñeca torcida, y como diría ella,
un costalazo en un costado. En ese momento salía su hijo Manuel que al no
encontrarla en casa salió en busca de ella, entre el susto, lo contrariado del
momento, pregunto qué sucedió. La chica narro el evento del tropezón cerca de
la iglesia donde acudieron varias personas a ayudarla, y que de muy buena
voluntad la chica quiso acompañarla hasta su casa, la chica le agradeció muy
efusivamente la plática, había disfrutado inmensamente la charla con doña
Toyita y quisiera algún día pasar a saludarla y que le platicara más de su
vida, Victoria le acaricio las mejillas a la jovencita, le agradeció la
paciencia y el tiempo de traerla hasta la casa y le deseo lo mejor. Esa cita ya
nuca se efectuó.
Victoria escogió un domingo por la mañana, para ir a visitar a todos sus
ausentes amados, dijo que tal vez dilataría porque eran muchos, entre padres,
hermanos y familiares, el tiempo se eterniza dijo sonriendo, además los quería
disfrutar mucho, así que, al repiqueteo de las campanas de la misa de
10,Victoria salió de su casa bastón en mano, vestía pantalón negro tenis del
mismo color, blusa de punto en tono durazno, un suetercito amarillo cubierto
por su mañanita color vino y una mascada de flores cernida a su cabello.
Vecinos afirmaron verla de madrugada regresar a su casa vestida de esta manera
en varias ocasiones posteriores a su partida, también se le vio ir a la tienda
de Don Cheo a pedir de fiado su panque con pasas, una bolsita de café legal y
un litro de leche que más tarde pasarían a pagar sus hijos o sus nietos, una
tarde su hijo Manuel creyó reconocerla saliendo de la iglesia.
Durante años había mencionado que hacer con las cenizas de su esencia
cuando se fuera a ese viaje, pero cambiaba tanto de opinión, según su estado de
ánimo, que decía una cosa como decía la otra, al grado que sus hijos el día que
se fue no sabían si tenían que dispersarlas en el mar, llevarlas al
Cuatlapanga, cernirlas en Huamantla o en el Carmen en Teziutlán, en una maseta,
en el W.C., ponerlas al lado de su hijo Jorge, junto a su Padre o con su madre…
Así que decidieron hacer todo lo que pidió. De este modo la Tía Toya hoy anda
viajando por todas partes a través del viento, del mar, de los ríos, las aves y
los pensamientos de muchos que la conocieron, pero sobre todo de sus hijos que
cada vez que se sienten abatidos, derrotados o extraviados, solo tiene que
nombrarla para estar del otro lado de las penas y los sinsabores, ese lugar
colmado de amor es en sus vidas una gran Victoria.