Familia Montiel. Reflexiones, anécdotas, histórias, personajes y más...

Provengo de una familia muy numerosa, grande, y al decir grande quiero decir que cuenta con muchos personajes de diferentes características, los hay gordos y esqueléticos, chaparros, altos o espigados, también hay guapos y artos feos, pero eso si de buenos sentimientos; tenemos gran variedad de hermosas y bellas, muchos somos consanguíneos, y otros tantos con la sangre liviana, razón por la que poco importa en que generación nos unimos, nos queremos igual. Los hay de ambos sexos, con muchos hijos e hijas, o con ninguno, existen los que son primos y primas de otros, y los que por azares del destino se han convertido en tíos y tías de distintas generaciones, sin que para esto exista de ningún modo un rigor cronológico invariable, simplemente son, circunstancias del arribo a esta familia. Hay por supuesto abuelos y abuelitas, unos con mas carácter y gruñones que otros, los hay también con alas que solo vigilan desde el cielo, y otros tantos amielados en el trato y los consejos, los hay viejitos y jóvenes, cascados y cascarudos, que pasaron antes por el rigor de ser padres y madres, y que en su momento fueron nietos también, mensajeros de nuestros antecesores en esta familia en la que recorrer los grados, los adjetivos o las distinciones familiares mencionados arriba, es toda una historia muy particular e intrínseca.

Tengo muchas historias y narraciones en mi mente, tantas como abrazos, caricias y besos que mis tíos y tías me brindaron en la vida, debo decir que ellos fueron muchas veces mi madre y otras tantas mi padre, puedo vanagloriarme como muchos de mis primos de haber tenido muchas mamás y muchos papás, motivo por el cual, estoy lleno de antecedentes que describen el origen de mi familia materna, la única que he tenido y a la que reconosco, motivo por el que elavoro este espacio. Las anécdotas son tantas y tan diversas que me abocaré únicamente a decir lo que recuerdo o lo que más me gusta recordar de mi estancia en esta comunidad apellidada Montiel. No me interesa dar fechas bibliográficas, aunque no me opongo a que los que lean esto lo hagan, de hecho lo agradecería de manera entusiasta, ya que aunque yo las tuviera en la mente no las referiría, me apremia más decir un tanto o un mucho, lo que recuerdo de cada uno de mis tíos y a través de ellos, lo que recuerdo de mis primos, sobrinos y demás familiares que se han cruzado una o más veces por mi vida… Y de este modo agradecer un poco, tanta memoria bibligráfica colmada de aromas, colores, sonidos, sensaciones, aprendizajes y sentimientos. Que se me han brindado por medio de tantos y tantos familiares con los que cuento.

martes, 29 de diciembre de 2020

 TÍO HERIBERTO

 La fecha exacta la desconozco, el momento preciso va y viene en imágenes de color desgastado por el tiempo, solo se que su presencia en mi vida fue impactante, cálida y afable. Verlo llegar a alguna reunión era tener la presencia del Quijote sin sancho panza, y arribar a verlo a su casa, era encontrar esa imagen espigada y perpetua para mi, recargado en la bardita de la entrada, fumando un cigarro sin filtro en un rito de observación y parsimonia, bajo la sombra propia de un sombrero de pelo y lana de ala media, arropado con un suéter de punto o un chaleco tejido de lana, alzando la mano en una bienvenida siempre gustosa y entrañable. Desde luego yo me perdía con los primos al bajar del coche, pero antes siempre tenia tiempo para el abrazo, las preguntas establecidas de, cómo estas?, que tal la escuela?, como has crecido; y a la despedida ese secreto que se repitió una y mil veces, pero que cuando llego la primera vez, para mi era inentendible pero desde luego un maravilloso secreto, “ toma tu domingo” me dijo mientras depositaba unas monedas un mis manos, desconcertado pregunte que porque, y para que eran esos pesos?. Aderezando mi asombro me susurro paternal, “ para que te compres lo que quieras”., unas sonrisa de cómplices se postraron en nuestros rostros y desvanecí las monedas en la bolsa del pantalón, mientras intercambiamos un beso en las mejillas, me revolvió el cabello a modo de despedida, y me fui despidiéndome de él y mis primos agitando la mano desde la ventanilla del coche. Recuerdo que le pregunte a mi madre en esas primeras apariciones en que vi a mi tío Heriberto en su casa, que, si era mi abuelito también, seguramente porque eran tantas las vocecitas llamándolo así en ese tiempo que creí que podía ser un multi abuelo, y como yo no tenia, considere la posibilidad idílica de que fuera así también para mi. Y sí, así fue, me apodere de él sin permiso ni miramientos y en mi mente fue un tío abuelito. No conviví tantos años con mi tío, como lo hizo mi hermano, ni viví las aventuras que vivieron ellos juntos, pero a través de esas historias que mi madre y mi hermano contaban, me permití hacerlas mías también, y es así que logré conocer mas a mi tío atreves de los años después de su partida, Mi hermano amaba a mi tío tanto como un verdadero padre, motivo por el cual le puso Erick al menor de sus hijos.         

 

 

 Cuando uno es niño  te das cuenta que las llamadas o los avisos son dolorosos porque cuando te piden que te cambies y te  pongas la ropa que te dan, existe un dejo de vacío  en las palabras,  la mirada de quien te lo pide, mi madre en este caso, se había olvidado de tener un rostro, su boca estaba como sellada y solo señalaba  lugares, cosas, intentando de una manera estrangulánte no permitirme ver que estaba hecha pedazos, su hermano mayor nuevamente se escabullía sin previo aviso como hizo tantas veces en que se llevaba a mi hermano de viaje , pero esta vez sin vuelta de regreso. La partida dolorosa y triste de mi tío Heriberto, cimbró la estructura de la hermandad , marcaba el declive en la línea de la vida de los hermanos Montiel Rivera, daba la pauta al deceso que se determina en la naturaleza por cronología, aunque a la postre no se daría de este modo. Sin embargo, este suceso sensible en todos los hermanos y demás familiares, provoco en uno de sus hermanos, mi tío Felipe mas cuestionamientos y respuestas aparte de la sentida perdida… Y determino cuestionar… ¿Por que siempre nos vemos y juntamos todos hasta que alguien muere? Allí llegamos todos a saludarnos , abrazarnos, apoyarnos y estar juntos para soportar una desgracia … Porque no hacerlo por la gracia de estar con vida, de conocernos, y saber como son las nuevas generaciones, quienes son los nuevos elementos de la familia, quienes somos los que aun tenemos vida?

Ese día partió mi tío Heriberto e inicio la fórmula para concretar “Las montieladas”, pero eso es otra historia.

 

 TIO PONCHO


Los gallos empezaban a cantar anunciando el adiós de la luna y la asunción de la aurora matutina, un joven espigado termina de atar las agujetas gastadas de un par de zapatones que calza con solo media vida en la suelas, toma su chamarra de gabardina con forro de lana y su sombrero de fieltro,  sale sigiloso de su cuarto, atraviesa el patio hasta el enorme portón de madera desde donde lanza una mirada a la casa, se persigna y sale a la calle solitaria, donde la neblina espesa lo espera para ocultar su silueta discreta que toma rumbo cuesta arriba y se va perdiendo como un fantasma que decide desaparecer ahora para reinventarse luego.

Ildefonso decidió que los inicios de la década de los 40´s era un momento ideal para conquistar el mundo, salirse de un Teziutlán pequeño y adueñarse de grandes ciudades y sus porvenires, demostrar y demostrarse de que estaba hecho él para esta vida, poca cosa para un joven soñador y con toda la energía como la que él tenía en aquel tiempo.

Meses pasaron sin noticias de “Poncho”, generando confusión y enfado entre los hermanos mayores y las hermanas. Mi abuela, (su madre) viuda ya para entonces, escondía la angustia y el pesar entre los hijos e hijas, aligerando la incertidumbre entre las ocurrencias de nietos y nietas que transitaban por la casa todo el día, todos los días, todos los meses, sin que eso le evitara dejar de pensar ni un segundo en ese muchacho atarantado que se había ido en busca de fortuna a quien sabe donde.

Un día a media tarde sonó la campana en el patio, señal de que alguien llamaba a la puerta, uno de los tantos niños corrió a atender la llamada, ¿quien? Pregunto la infantil vos sin abrir el cancel, esta tu abuelita se oyó preguntar del otro lado una vos masculina, el niño  se asomo por un hoyito en el portón para ver quien era y corrió a la cocina anunciando: abuela, abuela, le llaman, un pordiosero mugroso pregunta por usted, Mi abuela salió con limpión en mano y fue a ver de que se trataba, mi madre que estaba en otra parte de la casa le dio alcance ya que por ser la menor estaba haciendo la faena junto con ella y cuidando sobrinos de los hermanos mayores.  Diga usted, que se le ofrece, dijo la abuela mientras abría la puerta. Buenas tardes tenga madre, pos acá nomás…Pos ya estoy de regreso, dijo ocultando el rostro el joven Ildefonso que acababa de llegar. El hijo prodigo había vuelto, hecho un guiñapo, cruzo el umbral de la puerta del enorme portón de madera, la ropa hecha girones, sucio, apestoso, con piquetes de chinches y en piojado. Pos donde estuviste canijo? Preguntaron en intervalos las dos mujeres, entre contentas y enfadadas si saber si abrazarlo o agarrarlo a palos. Pos me embarqué en un barco, ( menos mal imagínense si se embarca en una avión), me fui del otro lado, ( ¿cual lado? Sepa) pero “todo” se complico y me regresaron ( ¿todo? No pos si estuvo rudo). Regreso el conquistador de mundos, con hartas conquistas, cuarenta y siete picaduras de chinches, 224 piojos y liendres, cuatro medidas menos en la ropa, y 14 frases en ingles, eso si sin contar el jelouu y el yez.

 

Mi tío Poncho hurgó en muchos oficios como sus hermanos y a la tutela de estos también, acumulando gran variedad de conocimientos y habilidades, convirtiéndolo en un personaje polifacético que lo posiciono en ese sitio poco comprendido en aquel tiempo y aun ahora, un ser autentico y buscador de su verdadera vocación.

 Una tarde a fines de octubre estaba yo en el jardín de la conchita jugando y a lo lejos vi una imagen conocida, vestía chamarra de cuero negra a la cintura corte sesentero, camisa color crema de algodón, pantalón de casimir tipo caporal, botín charro y sombrero de pasta tipo Sahuayo, traía una maletita en una mano y en la otra una caja de cartón sujetada por un mecate, corrí a darle el encuentro, yo no tenia mas de 9 años, ¡Tío Pocho! Déjeme le ayudo. Ándale pues llévate la caja que son unos panes que les hice, ( también panadero). Llegamos a la casa, mi madre lo abrazo sorprendida y gustosa por la visita de imprevisto, en ese tiempo no teníamos teléfono y tampoco es que se pudiera avisar tanto lo de la vistas. Orgulloso abrió la caja de cartón para presumirnos el regalo, en efecto la caja venia colmada de panes para día de muertos , pero no de los espolvoreados con azúcar como los de la capital, sino de los de yema de huevo, que son amarillos por dentro y barnizados por fuera con la clara y esparcidos con ajonjolí en un lustroso color café dorado.  Se veían deliciosos, mi madre preparo un chocolate nos sentamos a la mesa y se libero el permiso para tomar los panes…Aouhg, están duros, bueno realmente están durísimos, pensé, mi madre pregunto al tío, ¿pos de cuando son? Los hice ayer contesto, ufano y sonriente, como si nada pasara. ¿No les habrás puesto cal en vez de harina verdad? Dijo mi madre entre cerrando la mirada, como si fuera broma, pero en serio;  como crees contesto don Poncho sonriendo, ya se, dijo perspicaz, tal vez se me paso un poquito de royal, pero están buenos de sabor, ira, pruébalos, concluyo el tío. Y si, la verdad de sabor estaba muy sabrosos, una vez que los dejabas remojando en el chocolate varios minutos, se podían degustar y saborearlos, además pudimos dejarlos en cualquier parte sin miedo a decir hay que guardarlos bien para que no se pongan duros.

 En su dedo pulgar derecho tenia una cicatriz que me recordaba lo que hacen las navajas si no la usas bien, el me regalo mi primera navaja de dos hojas y destapa corchos, era una chulada para un niño de 10 años, una navaja sin filo, oxidada, la cual era un logro sacar cualquiera de las dos hojas, y el espiral para saca corchos se movía solo, pero eso si, las cachas eran de hueso, bien bonitas.

 

A finales de los años 70´s mi tío padeció lo que yo llamo el divorcio de la simetría del cuerpo, una mitad del cuerpo dice una cosa y la otra mitad muestra su desprecio a esa iniciativa y simplemente hace berrinche y se queda ahí estática, a razón de este evento entre otras cosas, fue el creador de los primeros pasos de thriller y de usar solo un guante en la mano izquierda que le quedo inmóvil, esto mucho  antes que Michel Jackson usara el famoso guante plateado con diamantes.

MI tío llego a la casa con nosotros en Vallarta 50, en una etapa en donde yo padecía los estragos de la adolescencia, estaba terminando la secundaria, mi hermana finalizaba la primaria y mi madre trabajaba casi todo el día, lo que implicaba hacer turnos para ayudar a mi tío en sus requerimientos cotidianos, comer, cambiarse y las acciones que tenían que ver con el baño, y como yo era el del genero masculino, pos ora si que ni modo compadre, la mano amiga para las idas al baño y la vestimenta me tocaban a mi casi siempre, para mi era difícil, era una etapa de vida donde lo único que uno quiere como chavo , bueno yo, era vagar , salir a ver a mi novia, y divertirme. Sin embargo, debo decir a la distancia que mi tío fue un excelente “enfermo”, nada exigente, comprensivo y simpático, tenia ese… Don, característica, cualidad, talento o poder de esa hermandad, que una vez que empezaba a contarte una historia no había poder humano de pararlo, empezaba por doña Agripina la de la casa de ventanales grande en la Juárez de allá de Teziutlán pasando por los hermanos Ávila Camacho, el caballo de don Evaristo… Y así miles de historias , nombres, fechas, características físicas, todo te lo contaba, como si fuera ayer que lo vivió, pero el ayer se le olvidaba como si fuera el futuro. Para los años ochentas mi Tía Queta hiso el relevo llevándose a mi tío Poncho a su casa. Le dieron un cuartito independiente a donde yo pasaba a visitarlo de vez en vez, y en ocasiones que mis tíos no estaban porque salían a Jonacatepec Morelos, me pedían de favor que le pasara a echar un vistazo. La vida es sabia y cruel a veces. Un miércoles traía a Jorgito conmigo, fuimos al medio día a ver a la que era mi novia a la UNAM para llevarla a su casa y me recibió con la clásica de: “no eres tú soy yo” y que me mandan por las cocas. Como traía al sobrino cancelé el llanto y el drama para mejor momento,  obvio venia enchilado, no tenia ganas de nada ni de nadie y nos regresamos a Coyoacán; en el trayecto de regreso recordé que mas tarde tenia que ir a ver al tío Pocho, así que porque no pasar de una vez, total ya no tenia que andar de caracol y me ahorraba la vuelta mas tarde, así que con desgano corregimos el rumbo. Llegamos a Londres ( la calle). Abrí el portón de frente cruzando el garaje estaba el cuarto del tío con un gran ventanal, que permitía verlo desde la entrada ahí quietecito como una estatua de cera,  siempre igualito, sentado escuchando el radio, o escuchando el radio sentado, la silla estaba junto a su cama de un lado y del otro un buró. Entramos y se me hiso raro no verlo en su posición oficial, supuse que estaba en el baño, toque la puerta del baño y nada, nos volteemos a ver Jorge y yo confundidos, en eso oí como un quejidito, vimos el cuarto a través de la ventana  la cama estaba intacta, la silla sin nadie, en eso corregí  el ángulo de la mirada haciéndome sombra con mis manos sobre la ventana y lo descubro tendido en el piso, con un gesto de terror y confusión en le rostro, entramos y lo incorporamos de inmediato, le pregunte como estaba, como se sentía, y con una pena mayor, una vergüenza en su rostro de las que enmascaran a un niño cuando algo vergonzoso les ha sucedido, me dijo. Me resbalé, perdón, ya no me pude parar, perdón por la molestia Manuelito, ¿Perdón? ¿Perdón de que? Pobre, llevaba ahí en el suelo frio quien sabe cuanto tiempo. Nos quedamos un buen rato con él hasta que el animo se modifico, y el susto de los tres se convirtió en regresar el alma al cuerpo, ayudo otra narración memorable y entrañable de mi tío Pocho con mi Tío Ernesto en su san Antonio Cuaxomulco querido que diluyo un poco el evento endulzado con las galletas y refresco para el susto.

Mi tío Poncho se quedo en un tiempo terrenal, en una etapa de vida de la que ya nunca se desprendió. En una de esas vistas, me dijo; mijo te puedo pedir un favor, pero no quiero molestarte, solo si puedes; me imagine por el tono de altísimo secreto una petición titánica e imposible de cumplir; le conteste que no era molestia, que me dijera que necesitaba. Saco de su pantalón una cajetilla de cerillos CLASICOS La central, desgastada, la abrió con trabajos, lentamente, y como si fuera una cartera sevillana, tenia un billete doblado de 20 pesos , una estampita de la virgen del Carmen, dos palillos de madera y monedas, de las que tomo dos pesos ( de los 80´s) y dándomelos dijo .  Me harías el favor de comprarme un paquete de galletas marías, un carrete de hilo blanco o gris de los pequeños, un aguja y un botón blanco como este ,señalándome el de su camisa, porque se me callo uno y se lo quiero pegar, ah! y con el cambio te compras lo que quieras. ¡Su rostro mostraba que el trato era justo, y de verdad que lo era! Desde su punto de vista, yo salía ganando, y de hecho así fue. Le dije: no se preocupe tío guarde su dinero, yo le traigo su encargo sin problema. No mijo por favor llévate el dinero insistía… Y se desato la necedad de los Montiel por unos segundos, él que si, yo que no, hasta que me dijo, bueno, toma 50 centavos para un refresco para la calor; eso si dije, gracias Tío, al rato le traigo todo; tomé la moneda y salí con el corazón contrariado, entre risueño, melancólico, y abrazado de ternura y con el regalo inolvidable de entender que la vida, tu vida, es la que vives, no la que viven o determinan los demás.

Un día me entere que un señor espigado y  ágil, termino de ajustar las hebillas de sus nuevos zapatos, de suelas casi intactas, tomo su chamarra de lana, un  guante de la mano izquierda, su sombrero de fieltro, y al ultimo canto del gallo anunciando la retirada del sol, salió de su cuarto, cruzo el garaje, abrió el portón de metal,  salió a la calle colmada de farolas y autos estacionados y tomo rumbo  cuesta arriba, a conquistar galaxias, estrellas, pasados gloriosos porque a esa edad vital conquistar el universo ya es cualquier cosa.

 

 TÍA HERMAS

 Fue en la ciudad de México a finales de los años 60´s que nos conocimos, su piel blanca tenia el toque del sol que apiñonaba su rostro y resaltaba en sus manos el manicure exquisito color perla, una tonalidad que, hacia juego con su cabello platinado y ensortijado levemente, que llegaba apenas debajo de la nuca. Sus lentes de armazón metálico y micas en verde tenue no escondían del todo sus hermosos ojos castaños. Su voz era la mas contúndete de  entre todas mis tías; la de la Tía Hermas para mi fue la más firme y autoritaria, no se si el cigarro que fumaba de manera tan elegante y femenina, contribuía a ese tono de voz, pero para dar indicaciones a personas y vecinos en Tlapacoyán sonaba recia, concluyente, lo que contrastaba extremadamente con la cadencia y ternura con la que nos hablaba a  mi madre , a mi hermana y a mi, cada vez que la vistamos,  que por la distancia no fue tan seguido como nosotros y  mi madre lo deseaba, razón por la que mi madre siempre se sentía entristecida y preocupada.

 

A mi tía Hermas la encuentro en mi memoria siempre entre flores y plantas gigantes, activa, hablando y platicando mientras movía cubetas, plantaba un arbolito, le daba de comer a las calandrias, ponía el café en la hornilla, arreglaba la mesa. Hiba y venía en un ambiente húmedo y en ocasiones sofocante, pero siempre de buenas, con ese acento mas costeño o serrano pero distinto al de las hermanas, explicándome las variedades del chiltepín y porque le decía a mi madre de ese modo cuando era niña, mostrándome la diversidad y hermosura de las huertas de aguacates y la delicadeza del huele de noche y de la gardenia, hoy mis flores preferidas.

 A mi tía Hermas le debo además de primos y primas guapísimas y entrañables, saber que el café caliente te baja el calor. Una tarde de visita en su casa, el calor de la tarde me mataba, rogaba como un capitalino estándar, un refresco frio para sentir alivio, pero ella mi ofreció un café caliente como el que se estaba tomando mi tío  Vicente, quien sentado en la silla del rincón, se secaba el sudor con su pañuelo; pensé que no me entendía, lo que yo quería era refrescarme no sentirme en un sauna y morir derretido. Creo que se percató de mi confusión y me explico la formula de, a mayor calor en el cuerpo, mayor frescura en el ambiente, así que tome el jarrito con café y resulto, ¡fascinantemente resulto! Después de ese evento que aun hoy aplico, el que me viene a la mente de manera inmediata fue una tarde nublada pero caliente, las nubes se confabulaban en enormes algodones grises que chocaban unos con otros literalmente sacando rayos y centellas, el anuncio de la tormenta era mas estruendosa que el señor con altavoz anunciando los helado y las paletas al medio día. Yo estaba chamagosos , sudado, muriendo de calor, mi tía Hermas  me miro y me dijo con una cotidianidad como si fuera oriundo de  ahí; porque no aprovechas para bañarme en el patio; tenia tanto calor que me pareció buena idea,  salí al patio y voltee en todas direcciones y no vi ninguna regadera, pregunte, en donde tía?, ahí mismo , me indico,  agitando la mano y señalando una esquina donde los techos se juntaban, voltee para arriba y seguía sin ver una regadera, empezaron a caer una gotas y pensé que me estaba vacilando, pregunte, aquí Tía? Señalando la esquina insistentemente y con un dejo de incredulidad, ella sonrió y me dijo , ahí mismito mijo, quítate la ropa rápido que ahí vine la lluvia, deja que caiga un poco de agua para que se lleve las hojas y caigan la yerbas y luego te metes al chorro de agua. Y así fue, en cuanto la lluvia se manifestó, un raudal de agua caía en ese vértice tibio, fresco, fue la primera vez que me moje y bañe con la lluvia y mi madre no me regaño, el baño se sentía vital y el olor a tierra húmeda combinado con las plantas y flores que ambientaban el momento, me regalaron un baño naturalmente memorable.

Recuerdo a mi tía Hermas en reuniones tanto en la capital como en otras celebraciones de la familia de provincia, siempre dulce, sujetándome la cara con las dos manos como si aun fuera un chiquillo y besándome la frente tanto para saludarme como para despedirme y arroparme con sus bendición. No recuerdo la ultima vez que la vi ni me quiero acordar, prefiero divagar entre las imágenes que tengo de ella enseñándome que las flores se ponen mas lindas si le hablas bonito, que las aves cantan mas clarito y mas fuerte si les platicas, que los hijos son especiales todos,  y a todos se les ama igual, pero a veces hay uno que es ESPECIAL y  se le atiende diferente; que la perdida de los hijos mellan el alma de las madres de manera que la risa sigue existiendo y se comparte, pero el llanto es mas inmediato si pronuncias el nombre de los ausentes; que la memoria se va yendo junto con el arribo de las arrugas pero el amor y el parecido a tus hermanas sobre todo a mi madre físicamente, no se va nunca.

 TIO FELIPE

 


Eran las 9 de mañana del día diez de julio de 1965 en el registro civil de Coyoacán, El señor Felipe Montiel Rivera de 48 años de edad, depositaba su rubrica sobre una acta de nacimiento como testigo de la presentación con vida con el nombre de juan manuel Hernández montiel a un niño como hijo natural de su hermana Victoria y de un señor Juan manuel Hernández López. Desde ahí Mi tío Felipe siempre me llamo juan manuel o juanillo. Siempre me considero uno más o así me la inventaba yo, de sus hijos, me permitía la integración entre todos los Montiel Urbano al grado que los regaños que les otorgaba a mis primos por alguna travesura, en ocasiones los extendía hasta mi territorio. No tuvo miramientos en practicar su tiro al blanco con una extraordinaria y asombrosa puntería desde un extremo de la mesa hasta el otro, a donde me lanzaba bolitas de migajón que penetraban por mi boca hasta la garganta, todo por estar platicando con mis otros primos,  en vez de comer en silencio como lo pedía. Entre ahogos y desconcierto, durante mucho tiempo no entendía de donde provenían los ataques, peor aun, culpaba inocentes que morían de risa y dejé de hablarles por días a los que consideraba además de primos burlones, los perpetuadores de tan precisos disparos, de hecho, empecé a pensar que era un especie de complot infantil al que sumaban la desaparición de mi plato de comida,  cada vez que me volteaba para platicar o jugar en la mesa. ¡La maestría de mi tío consistía en hacer pequeñas bolitas de migajón o maza, ponerlas entre el dedo pulgar y medio, y por el método del garnuchazo, preciso, veloz y sin mover un ápice de cualquier otra parte de cuerpo liberaba el proyectil y zas! me daba, además siempre mirando en otra dirección; acto seguido mantenía una seriedad estoica, estatuaría, que me impedía pensar que él era el artífice de ese alexionamiento que seguramente para sus adentros le generaba gran placer y risa.

Todos saben que su oficio era sastre, pero le gustaba cocinar y por que no, cortar el cabello a los niños, sí,  con esa maquinita manual que jala de raíz una que otra vez los cabellos y otras tantas también, y que como niño intentas disimular la tortura hasta que empiezas a confesar que fuiste tú  a quien se le escapo el canario, que si te quedaste con el cambio de las tortillas, que no te habías cambiado los calzones como te lo habían pedido ni bañado realmente en dos días. Pero era inútil, a veces me decían no llores el cabello crece, “pero si eso ya lo se”, no lloro por eso, lloro por los jalones y las mordidas en el cuero cabelludo que se acrecentaban si además mi madre platicaba en ese momento con el Tío. Nadie entendía el martirio de la famosa maquinita generándote el casquete corto reglamentario, solo aquellos a quien se les aplico ese famoso corte con paisaje.

Tomar un recuerdo del anecdotario con mi tío Felipe es tan complicado como hilvanar una valenciana con una sola puntada, seria tan injusto como tomar la medidas erróneas para la hechura de un traje; porque desde mi visión, la de hoy, desde donde veo a mi Tío con una claridad casi híper real, me habita de miles de formas y recuerdos, como la más emblemática para mi. Vistiendo un maquino en tonos arenas de cuadros grandes en líneas cafés y ocres, una camisa verde menta de algodón, pantalón de casimir café oscuro, cinturón de piel café desgastado con hebilla de trabita, zapatos negros y sombrero de fieltro gris depositado a un lado permitiendo que la libertad del aire recorra sus cara y se pasee entre su cabello corto totalmente cano. Esta sentado, con las manos sobre sus muslos, placido, medita torio, siempre lo hace en la misma banca del jardín de la conchita, la que esta al lado de la cruz de piedra. Su figura inclinada oculta el plexo solar permitiendo que el sol le acaricie la espalda mientras las mariposas revolotean en parejas y se paran frente a él como en reverencias mutuas, mientras, no se si reza o solo balbucea, o es como yo que piensa en voz alta, pero eso si, atento al saludo de los vecinos, al de las aves, a de los rosales de los que me comentaba la exuberante tonalidad que tenían cada vez que nos tocaba verlos floridos.

Lo veo también llevando una muy nutrida parvada de chamacos en una camioneta prestada por Delfino ( padre) por las calles de Huamantla, en alguna de esas visitas multitudinarias de capitalinos al poblado de sus ancestros. Entre brinco y brinco que daba la camioneta por los baches, íbamos cantando una tierna canción que me permití compartir y todos cantaban a garganta abierta, “vampiro vampiro” ( algunos la recordarán, llego a ser casi un himno en algunas generaciones). Ahí íbamos ahogados de risas, hasta que la hora de la cena nos llamo desde casa de mi tía Estela.

 No recuerdo bien la razón, seguramente mi tío no se quiso quedar en casa de algún pariente y mi madre me mando irme con él y acompañarlo a una casa de huéspedes atrás de la iglesias cerca del mercado,  lo cual no me encanto en inicio, yo deseaba seguir jugando con la pipiolera, seguir en la tertulia de los mayores, pero entendí que era lo correcto y así fue. Mi tío fue tan generoso y su platica tan deliciosa con historias y anécdotas de su vida, que esa noche es uno de mis mejores recuerdos de platicar algo solo los dos hasta que caí dormido. Lo que si no fue memorable de buena gana,  es que al otro día me levanto tempranísimo para ir a misa, si, a la primera misa, ahí si considere que sus bromas eran muy pesadas, pero la recompensa que vendría después al sacrificio de oír misa con bostezos y cabeceando, valió la pena; a la salida de la iglesia tomo rumbo para el lado contrario de la casa de mi tía Estela y pensé que se estaba desubicando, trate de corregir lo que yo supuse era un desconcierto, pero no, mi Tío Felipe sabia bien donde quería que fuéramos, y caminamos; cinco minutos mas tarde frente a mi  un delicioso desayuno tempranero en el mercado. Pide lo que quieras , me dijo , pero te sugiero pruebes estos triangulitos, son deliciosos, y si lo eran. Hasta el día de hoy los tlatoyos con su café de olla son de mis platillos preferidos, Gracias Tío.

 

La ultima de sus bromas contra mi, involuntaria definitivamente , fue en un viaje a Jonacatepec en la casa de mi tía Queta. De pronto grito, ¡agarren esa gallina que se escapó! A quien la agarre le doy dos pesos. Todos los niños que estábamos ahí corrimos tras de ella, la gallina corría que parecía correcaminos y no gallina ponedora, se metía a toda velocidad entre las alambradas, entre arbustos espinosos, entre piedras y telarañas, provocaba choque entre los niños que intentábamos cercarla, nos traía lazaros a todos, hasta que quedo atorada en unos arbustos punzantes a donde como pude me arrastré para alcanzarla y sujetarla de la patas. Ajá , te tengo chiquita, pensé, salí de ahí todo terroso y rasguñado, pero pensando en la recompensa, me sentía victorioso, héroe de tan grande hazaña. Se la di a mi tío y antes que pudiera medir palabra con él , Mi tío Felipe tómala por el cuello, girola por el aire como manivela de organillo y matola enfrente de mi y de los demás niños que quedamos estupefactos, desde luego ese día no comí pollo.

De mi Tío Felipe tengo el conocimientos de los hilos y las agujas, del hilván, del remendar un calcetín y poner un botón a una camisa desde que era niño, todo filtrado a través de mi madre,  en la actualidad muchas cosas que mi madre me contaba del oficio de mi tío Felipe y que en varias ocasiones lo vi haciendo, me sirven y me enorgullecen saberlas, aplicarlas de manera eficiente en mi trabajo actual, quien lo hiba a decir, tengo esos conocimientos gracias a mi tío Felipe a quien también le debo que atestiguara que soy hijo de mi madre y la quisiera y cuidara tanto, como la hermana menor que era. Le debo también que me diera una Tía Ana y tantos primos con los que conviví y jugué durante muchos años. Le agradezco y reconozco las bromas qué son parte de esta estirpe, el saber como se da y cuanto duele un garnuchazo, y sobre todo lo mas trascendente, como se ejerce un oficio y se hace escuela, buena escuela de ese oficio, como se ve por los hermanos, y dejar un legado de hijos e hijas que son gente de bien. Aun ahora, siempre que paso por la conchita lo puedo ver en esa banca sentado, tranquilo, en paz, como tantas veces lo vi y pase a saludarlo cuando me enviaban de niño por las tortillas o la tienda y coincidíamos, porque lo nuestro hasta hoy, aunque sea en la memoria o en el trabajo de cada día, es coincidir. 

 

 LA TÍA QUETA

Desde niña siempre escogía ser Marlene Dietrich en los juegos, ya fuera de la muñecas, de las mamás de estas, o el aspiracional “mujeres de mundo”. Vestirse enigmática y elegantemente como esa estrella y mito hollywoodense, era reinventar todo un entorno huamantleco, no solo era transformar abrigos de las hermanas mayores o incluso los sacos y sombreros de los hermanos en atuendos de alfombra roja, no, claro que no. Era algo con mas caché, era todo el rediseño y concepto, de modificar, el trapo de cocina, los estambres olvidados, las zapatillas enormes de las tías, las saleas de animales y carpetitas que adornaban los muebles, todas esas “ simplezas “ llevarlas  a la confección sublime y momentánea de abrigos de mink, gorros de chinchilla, boas de plumas de avestruz,  sombreros con toquillas y adornos de amapolas naturales con entramados de tréboles y retoñitos de cardamomo. Era tomar varitas  de carrizo y transformarlas  en boquillas largas para los cigarros exóticos elaborados con un trozo de papel periódico o de estraza, boquillas de glamur para esos cocteles donde la feminidad, la coquetería y la elegancia no permiten que una mano desnuda tome una copa o el cigarro, por eso las manos no salían a la calle sin ser vestidas con guantes de muñeca o de codo, los cuales en este caso eran sustituidos de manera magnánima y elegante por calcetines radiantes, lustrosos, que aparentaran el razo fino que va bien con las mujeres de buen gusto, esas mujeres que con delicadeza elevan la copa en una mano y suspenden el cigarrillo en la otra como en un arte de extender las alas sin volar y brindar al aire por la belleza, para después desde el pedestal  de las ninfas, mirara de re ojo como todos los hombres caen derretidos a sus pies que chanclean  al caminar entre ellos muertos, claro por el efecto del calzado que queda muy grande, pero que poco importa y menos  perturba la belleza de esta pequeñita que, dicho sea de paso, como apareció esta diva alemana Marlene Dietrich mito del cine americano en la vida infantil y juvenil del árido entorno tlaxcalteca de mi tía Queta?. Lo ignoro, pero si lo entiendo perfectamente, depositar su alter ego en alguien, con el enigma, la belleza y la elegancia como la Dietrich era de inicio parte de su personalidad dinámica, audaz y siempre en una vertiginosa carrera contra el tiempo que para mi, caracterizo a mi Tía Queta siempre.

No se desde cuando empezó a dominar la clave morse mi tía Queta, pero cuando de niño la pasaba a visitar al telégrafo de Coyoacán donde trabajaba o milagrosamente íbamos a cobrar un giro de mi padre, me encantaba ver esa maquinita que hacia hoyos a una tira de papel que salía mientras ella movía sus deditos rápidamente  en ese aparato de tres palanquitas, que luego me dejaba usar y me parecía fantástico y difícil de sincronizar, aparato que hoy seria para las nuevas generaciones  un fierro con cables que le faltan teclas y  una carcasa además solo tiene un sonido.

Puedo decir que mi Tía Queta fue mi otra madre sustituta, muchas veces me quede en sus casa al arropo de ella mi tío Eduardo y de mis primos cuando mi madrea viajaba al encuentro de mi padre y yo tenia que acudir a la primaria y no podía faltar, eso implicaba entrar en la dinámica de esa casa,  cuyos estándares de eficiencia me parecían por demás precisos y vertiginosos, lo que mas recuerdo era que al primer aviso de “es hora de levantarse!” ponían en el radio la hora Haste!. La Hora de México, hijo e suuuu. Sentía que el corazón se me hiba salir, ese señor  de la radio me correteaba de una manera subliminal y estrepitosa, diciendo tantas cosas sin sentido para un niño somnoliento y además lo hacia sin respirar, de verdad no respiraba ese tipo, y los minutos se iban y  todos corríamos,  nos vestíamos y alistábamos, además en esa casa si desayunaban como dios manda, mi tía nos sentaba a la mesa, una mesa de madera bi color la recuerdo bien, y  aunque nunca he sido bueno para el desayuno tan apenas despertando, recuerdo que su huevo revuelto con frijoles negros era una delicia, aun hoy lo suspiro; siempre le reclame a mi madre que porque a ella no le quedaban los huevos revueltos como a mi tía Queta, a lo que respondía mi madre, tu tía tiene sus sarten mas curado ( no existía el teflón). Pero la realidad es que tenia la cualidad de que los guisos le quedaran como de revista, como de fantasía , como de película hollywoodense.

Mi tía me llevo por primera vez a los balnearios de Morelos donde junto a mis primos me la pasaba maravillado de regresos viendo los paisajes y generando juegos en el camino para no aburrirnos.

Creo que mi tía termino estancándome en un niño toda la vida, ya que fue la época en que mas frecuentaba su casa, me di cuenta un día pasado mi cumpleaños ya yo adolescente; apareció por la casa, y me  dijo, mira Manuelito no creas que se me olvido tu cumpleaños, aquí te traigo tu regalito, comente que no era necesario, que no se hubiera molestado y todas esas frases aprendidas en el “ Manual de los buenos modales MONTIEL”. Me da un paquetito con un moño azul cielo y al abrirlo, encuentro una avionetita de plástico, estilizada, color naranja con amarillo eléctrico de cuerda y movia su hélice. Medite unos segundos antes de hacer un juicio sobre lo que mi tía veía en mi a esas alturas, después de deliberar entre varios adjetivos que no me favorecian opte por quedarme por el mas benevolente y conveniente para mi, me sigue viendo como un niño por mi corazón.

 A mi tía me la encontraba por el rumbo un día si y otro también, de lejos, de cerca, en el mercado, por la iglesia, en la calle; hoy me doy cuenta que nuestras coincidencias en la vida estaban determinadas así, a veces ella iba ( como siempre) caminando muy deprisa viendo para abajo y yo alzaba la mano para ver si sentía mi presencia de una acera a la otra, pero la respuesta era negativa . No contacto visual no saludo, en otras donde nos topábamos casi de frente caminábamos juntos compartiendo la andada hasta donde los destinos nos separaran y ahí nos despedíamos hasta el próximo encuentro.

 Mi tía solía acudir a casa de improvisto a ver a mi madre para platicar, por ser las mas cercanas de edad tenían esa relación particular de conversar por horas y muchas veces la acompañábamos de regreso a su casa, en ocasiones no estaba mi madre conversaba unos segundos con nosotros y se hiba. Conforme la edad le fue haciendo el paso mas lento y la memoria menos favorecida, las visitas entre mi tía y mi madre se hacían mas espaciadas, lo que provocaba fugas intinerante de estas dos personalidades, las hermanitas necedad. O se escaba mi madre  a pesar de las consignas de que no saliera sola porque ya se le barría la cinta y caminaba como borracho sin pachita, o aparecía mi tía que había burlado la custodia de los nietos y en frenética huida ya estaba tocando la puerta, lo extraño es que quién fuera de las dos la que se fugara, la otra la incriminaba; para que te sales sola, te va pasar algo, que tal si te roban. Tú no te preocupes yo se lo que hago, ya estoy grande, todos por aquí me conocen, yo te podía haber ido a ver… Drama drama drama.

Una tarde estaba de casualidad en mi casa, mi madre ya no vivía conmigo todo el tiempo , una temporada se hiba con Sandra y un tiempo estaba a mi lado. Tocaron a la puerta y abrí, si, ahí estaba Enriqueta Dietrich Montiel con un chichón en la frente, sangre en las mejillas una mica de sus lentes rota y la rodilla y una mano raspada. ¡¿Tía que le paso?!,dije con un casi paro cardiaco, nada mijito esta tu mami? ( como que nada tía si vienes como dicen ustedes, como santo cristo). No no esta Tía pero que le paso pase siéntese la voy a curar( bueno disque curar). No no te preocupes si no esta tu mamá entonces me voy no quiero dar molestias solo venia a saludar,( ¿molestias? De que habla esta señora, ¡¡esta herida!!) tía estas golpeada, yo sin saber que pensar o mas bien pensando lo peor. Ah si mijito es que no vi bien la banqueta y zas que doy el ranaso, me tropecé y hasta allá fui a dar, pero estoy bien… Uy si que simpático suena, Si si esta bien , bien fregada tía... Le puse hielo en su chopotoma de la frente, le puse alcohol y mertiolate en los raspones y limpié sus lentes, sacudí su suéter, mientras mi tía repetía mil veces que no me molestara, que que pena, ¿que como había estado yo? que que contaba mi hijo, ¿que como hiba la vida?… en cuanto se sintió un poco menos movida seguramente por el impacto de caerse. Me dijo ahora si ya me voy. Le dije no tía, ahorita la acompaño a su casa, y nos fuimos, camino como siempre acelerando el paso, a la velocidad que ahora se le daba por el fregadazo en la pierna, llegamos su casa y me dijo aquí déjame hijo ya estoy bien, me dio mi bendición y me mando a mi casa con un enorme dolor interno y sentimiento infantil, como si el que se hubiera caído diez veces hubiera sido yo. El tiempo vino disminuyendo la audacia y vertiginosidad de mi tía, como las buenas divas se fue haciendo más del rogar para las entrevistas, se mantenía recolectando en su memoria recuerdos propios , imágenes personales con las que el mundo externo no podía ser empático del todo, solo los que teníamos pase personal no permitía de vez en vez, recordarnos  un tantito como y quienes éramos, adorarnos como siempre siempre, ella la diva allá arriba, y uno, desde abajo admirándola en todo su esplendor por toda la vida.

 

 


 LA TÍA TOYA

Blanca como Argemone munita surgía a la vida, las manos de la partera la recibieron del universo perfecto al mundo de lo azaroso. El aliento de la madre deslizándose suavemente sobre el rostro de la pequeña niña , le provocó un mínimo suspiro antes de liberar su primer llanto, sonido que tomó camino por los senderos donde después, irían juntas a enterrar en ofrenda a su lugar de nacimiento, el ombligo de la recién nacida en un punto preciso y estratégico en la ladera del cerro del Cuatlapanga.    

La bienvenida de Victoria al mundo donde se siembran los sentimientos, las acciones, el destino y se cosecha el amor, el odio, lo incierto, lo certero y las consecuencias de la vida; se la dieron sus tres hermanos y sus cinco hermanas. Siempre fue pequeña de tamaño o así se sentía ella, pero giganta de anhelos y aspiraciones, de carácter férreo en las rencillas con los hermanos, por lo que se ganó el mote de la “chiltepina”. Crecía y vivía plena y totalmente feliz en las praderas tlaxcaltecas, aún en la austeridad en la que se encontraba la familia. Victoria era toda risas y toda certidumbre de felicidad hasta que cumplió los 6 años. El destino “azaroso” empezó con sus triquiñuelas de irle quitando de apoco las cosas que más iba amando en su vida, era como un afán famélico del destino, probar la contundencia y veracidad de su nombre. Una tarde de tolvaneras de Marzo, el padre de Victoria hacia arreglos en las alturas de un muro de la hacienda donde laboraba, sin más, la parca apareció detrás de un jagüey. Oscura, ceniza, opaca. Caminó casual e imperceptible junto a la escalera donde estaba el Sr. Montiel distraído en sus faenas, la siniestra sombra apenas toco el peldaño de la escalera y siguió su camino sin dejar su paso fúnebre en dirección incierta. El cuerpo del “señor Montiel” se precipitaba en caída libre hacia el firme suelo donde una piedra lo esperaba punzante, para tocarle la nuca y obligarlo a nunca despertar. Ese sueño eterno del padre de Victoria le hizo añicos el corazón a la niña, su primer amor total y recíproco por un hombre, se lo acababan de quitar sin explicación anticipada, sin preámbulos de advertencia que pudiera entender ni en ese momento ni nunca jamás, ese sería el primer añoro que no dejaría de pensar, soñar y ver, hasta sus últimos días en la tierra.   

  

Victoria “ Toya”  aún siendo una “chamaquita” se convirtió en la “nana” de muchos de los hijos de sus hermanas y hermanos, es decir de sus sobrinos, algunos incluso eran casi de sus edad, lo que le permitía generar juegos multitudinarios donde a falta de muñecas y muñecos, usaban a los más pequeños de los críos para cubrir estos roles, jugaban a las mamás y la comidita, alimentando bebés de verdad, cambiaban y lavaban pañales con desechos reales, arropaban y dormían a los pequeños con cuentos y leyendas que sabía o inventaba, esto la fue llevando de una casa a otra a lado de  su madre, donde sus hermanos mayores las alojaban.  

  

El Primer “amor _ desamor” incidental, lo encontró en Teziutlán, el romance la coqueteo como a los veinticinco años y de este encuentro fugaz, uno de sus más grandes amores, su hijo Jorge Miguel, arribó sin la espada de San Miguel a su vida, pero con una luz infinita que iluminó un lado del corazón de Victoria, del otro en cambio, quedó la oscuridad que se impregna más y más a la ausencia del hombre que se pensó la amaba y no fue así, quedando como dicen en los pueblos, sin que le cumplieran. Así que Toya apretó los dientes, liberó raudales de lágrimas que los hermanos y hermanas barrieron durante días para que no se anegara el patio y la recamara y fuera más fácil que a las mañanas siguientes no quedara rastro ni de la pena, ni de la auto humillación de Victoria, quien, sin más, a los tres días de llanto, resucito y re direccionó su nueva historia, en esta ocasión con su hijo en brazos.   

Toya terminó la secundaría en un Teziutlán que crecía y se hacía más ciudad importante en esa zona de Puebla. Trabajó aquí y allá, laboró para la línea de camiones Teziutecos, de asistente en una imprenta, de secretaria en una oficina y en un “súper” de cajera. Hasta que apareció un fuereño de Jalisco, moreno, de sombrero y botín charro, de sonrisa fácil y un tanto dicharachero. Le hizo la corte un tiempo, fue en esa época donde Victoria descubrió que existían los milagros si los suplicas con fe. Un día llego el fulano Moreno de nombre Juan Manuel, con troncos de madera para hacerlos leña útil para las necesidades de la casa, Jorge tendría si apenas 8 o 9 años, Victoria lo llamo para que ayudara a bajar de la camioneta los troncos que casi eran del tamaño de los brazos extendidos del niño, a quien le recomendaron que solo llevara de a tres troncos por viaje, aunque él decía que podía con cuatro. Otra  vez el ólan de lo azaroso distraía al  Ángel de la guarda del pequeño Jorge, quien al dar el paso para cruzar el portón de madera y entrar al patio de la casa, la suela desprendida de su zapato derecho, se ancló en el escalón de la puerta, sometiendo al niño volar de bruces con las manos anuladas entre en los troncos que descansaban sobre los hombros del chaval; en un segundo todo era una maraña caótica en movimiento, salieron disparados los maderos precipitándose sin indulgencia alguna sobre sus brazos, cabeza y de manera feroz sobre su mano derecha, moliéndole prácticamente  todos los dedos de  esa mano con la que lazaba la pelota de béisbol, su deporte preferido. Las lágrimas del niño se mezclaron con la sangre, su madre y el enamorado arremolinaron un pañuelo en la mano de Jorge y lo llevaron al hospital de emergencia, donde el pronóstico de salvarle los dedos y la mano era negativo, salieron y enfilaron ruta por la carretera colmada de curvas hacia Puebla, los tres corazones latían tan apresurados que solo se escuchaba un único palpitar pausado. Llegaron a Puebla después de un camino que parecía interminable, los doctores al ver la mano de Jorge dijeron no saber que hacer sin los recursos quirúrgicos necesarios, lo más que se le ocurrió a un doctor fue poner seguros en los dedos para sostenerlos como si fueran pequeños trozos de listones púrpuras que se habían vuelto girones de hilos y esperar que no se infectaran, tratar de coser los pedacitos de carne desprendidos del hueso y adherirlos a estos con venditas y pedir un milagro. Victoria se perdió del mundo, un mutis gigante le corto la respiración por un segundo, no sabían que hacer, caminó y caminó hasta que llegó donde la velas dan señal de fe, entró, se Ahincó, y le pidió al “Señor de las Maravillas” con fervor lo que cualquier madre pide en una situación así. Durante días, semanas, meses, fue a la capilla, hasta que una mañana, Jorge reconoció su mano de dedos torcidos pero completos y vitales, fue el jueves que le quitaron los vendajes y el color a rosas secas ya solo se veía en algunas áreas. Tenía sus dedos y podía sujetar otra vez una pelota de béisbol, alzando su manita presumió a todos los señores del pabellón de enfermos que aplaudían, Victoria se llevaba a su hijo completo  de ese sitio donde paso tanto tiempo y donde por ser el único niño se convirtió en el “doctorcito”, ya que la viveza y parlachinería del chamaco, hacía que las enfermeras lo usaran de distractor en las curaciones dolorosas de otros pacientes, además de hacerles la estadía más ligera a los señores  sobre todo cuando con su radio de baterías, escuchaban los partidos de béisbol  en las tardes y el escuincle les daba las reseñas de jugadores, estadísticas y pronósticos de los equipos.  

    

Victoria acepto la propuesta del Jalisciense de irse con todo e hijo a la capital del país, eran principios de los años 60´s. Otra vez siguiendo a algunas de las hermanas y hermanos mayores ya instalados en el distrito federal.   

   

Victoria quedó en cinta tres veces más, pero estos niños no se lograron o se reusaron salir a este mundo, hasta que en  1965 un niño aceptó el desafío y el día de la Candelaria, en la colonia Candelaria en Coyoacán, le dio los buenos días  a las 8:40 am, se acurruco entre sus brazos y se mimetizó con el color de la piel de su madre, dejando que los latidos mutuos se comunicaran en una especie de clave morse, que solo repetían dos palabras, te amo, te amo. Te amo… Victoria con ayuda de su hijo mayor, sus hermanas y hermanos, empezó la crianza de sus hijos. El padre de estos iba y venía por su trabajo de chofer, por lo que en una de sus visitas en 1967 le dejó otro recuerdito, que llevó a Victoria un día de 1968 de emergencia al Sanatorio San José, donde su hijo Jorge apenas un muchacho y su hijo Manuel hasta ese momento el menor, esperaban ansiosos una noticia de las enfermeras que corrían de un lado a otro, entraban, salían, sin decirles nada. Victoria se iba al sueño luminoso donde  su padre, y para entonces también su madre, la esperaban; de pronto, el llanto de una niña embalsamada de  fluidos vitales , superó las voces del cuerpo médico, fue tan fuerte, tan estridente el chillido, que Victoria reaccionó, y en ese momento decidió corregir el camino  y se aferró a la tierra, se resistió  a irse tras la luz divina, forzó los parpados para abrirlos y ver colmada de amor, a una pequeña amoratada y de cabello nocturnal que llamaría Sandra, la cual después de ese llanto estrepitoso, calló durante su primera infancia al grado que su tía Lupe y su tío Luis pensaban que tenía un daño cerebral o de algún tipo porque parecía “mudita”.   

   

Con tres hijos en la cesta, mucho camino por andar y un compañero que fue dejando de serlo, Victoria recurría al núcleo que nuca fallaba en su vida, sus hermanos. Los va y benes de la vida no le eran fáciles, así que aprendió a descuartizar pollos a lado de su hermana Lupe en una pollería que atendieron por años, años en los que sus hijos menores Sandra y Manuel vivían de día y de tarde en casa de la tía Lupe mientras Jorge iba a la escuela y trabajaba. Las hermanas atendían el negocio siempre de manera cordial lo que les rendían medianos frutos. Fue gracias a esa mancuerna laboral que su hija Sandra tuvo su único cumpleaños con pastel en toda su infancia; el del primer año. Era un martes en la tarde, las hermanas eufóricas sobre todo la tía Lupe, entraron al departamento 14 de la calle de Higuera 22. “Como no le vas a hacer nada a la niña le reprocho Lupe a su hermana”. No deja ya, ay para la otra, nos vamos mañana gracias, le contesto Toya, mientras ordenaba las mamilas. Mira vamos hacerle un pastelito de esos rapiditos sencillos, insistió la tía Lupita y de pronto empezaron con las medidas de harina, las batidas de los huevos, y ante tanto movimiento culinario Manuel que apenas pasaba los 4 años, pregunto: ¿qué hacen? Un pastel de cumpleaños para tu hermana que partiremos en la noche dijo efusiva la Tía Lupe, a lo que Manuel entendió, ¡¡“Haremos una gran fiesta!! con payasos, globos, piñatas y viandas para todos, festejaremos a tu hermanita esta noche y puedes invitar a todos los niños de la vecindad!  Y así fue, Manuel corrió la voz de la fiesta por todos los niños de la vecindad, para eso de la 6 de la tarde apareció un chamaco con los cabellos relamidos y la mugre de la cara disuelta hacia los lados preguntándole a Victoria, ¿ya casi es la fiesta señora? ¿La fiesta? cual fieeeeess…. Maaanuuueelll grito Toya percatándose del caos que se aproximaba, angustiada alargo la mano para atizarle a Manuel unos zapes mientras le preguntaba que había hecho? Pues como que que, balbuceaba el niño entre llantos, pus, invite a todos a la fiesta de mi hermanita. Victoria le hiba a zumbar otros cates al chamaco cuando la tía Lupe como siempre, con una sonrisa le dijo: Ya para que te enojas Toya, son niños, total ahorita mandamos por unos tamales, le echamos más agua al chocolate o nos inventamos algo, y ya mujer no pasa nada. Victoria sabía que no había esos recursos a la mano para eso de momento, por lo que el detalle de la aportación de la hermana y los sobrinos mayores poniendo globos, yendo por las cosas y siendo como Cristo en la multiplicación de los panes, les dieron a Victoria a sus hijos y a los niños de la vecindad, un cumpleaños inolvidable, su hija cumplía un año de vida y Toya también, un año de haber vuelto a la vida.   

El destino aventaba los dados con buenos números unas veces y otras con caras blancas, y así, sigiloso, desmedido, le fue quitando de apoco a los hermanos, a las sobrinas, a las hermanas, a los sobrinos que habían sido más que eso, haciendo abonos de llantos internos y dolorosos en el alma de Victoria. Pero la estocada crucial llego con una llamada telefónica a las 7:37 PM de su hijo Manuel, diciéndole que Jorge abdicaba a seguir tratando de hallarse en esta tierra y que prefería recorrer el universo lanzando estrellas como pelotas de béisbol para que los que nos quedáramos aquí tuviéramos más estrellas fugaces y con ellas deseos buenos que pedir.  

  

 Victoria se convirtió en una derrota momentánea. Sus ojos se fueron apagando y su energía también, refunfuñaba de ser ya una in servible. Los nietos de sus hijos le daban aire, pero el oxígeno se fue con su hijo. Aun así no perdía la cordialidad con los vecinos conocidos y los desconocidos, tantos años atendiendo clientes del barrio junto a su hermana en la pollería y después otros tantos como asistente en un colegio de monjas del rumbo, le dejo el legado de muchas manos saludándola cuando caminaba lentamente rumbo a San Juan Bautista, o cuando se les escapaba a los hijos para irse a misas inexistentes en la iglesia por los horarios, además ya casi sin ver, ya casi sin oír, pero con mucho que platicar, la podías encontrar comiendo con las marchantas del mercado viandas que las mismas marchantas le invitaban, disfrutando helados en el parque que algún ex alumno del colegio ya mayor, por el gusto de verla le compraba. En alguna de esas fugas, regreso del brazo de una chica como de 20 años, Victoria traía una rodilla raspada, la muñeca torcida, y como diría ella, un costalazo en un costado.  En ese momento salía su hijo Manuel que al no encontrarla en casa salió en busca de ella, entre el susto, lo contrariado del momento, pregunto qué sucedió. La chica narro el evento del tropezón cerca de la iglesia donde acudieron varias personas a ayudarla, y que de muy buena voluntad la chica quiso acompañarla hasta su casa, la chica le agradeció muy efusivamente la plática, había disfrutado inmensamente la charla con doña Toyita y quisiera algún día pasar a saludarla y que le platicara más de su vida, Victoria le acaricio las mejillas a la jovencita, le agradeció la paciencia y el tiempo de traerla hasta la casa y le deseo lo mejor. Esa cita ya nuca se efectuó.  

Victoria escogió un domingo por la mañana, para ir a visitar a todos sus ausentes amados, dijo que tal vez dilataría porque eran muchos, entre padres, hermanos y familiares, el tiempo se eterniza dijo sonriendo, además los quería disfrutar mucho, así que,  al repiqueteo de las campanas de la misa de 10,Victoria salió de su casa bastón en mano, vestía pantalón negro tenis del mismo color, blusa de punto en tono durazno, un suetercito amarillo cubierto por su mañanita color vino y  una mascada de flores cernida a su cabello. Vecinos afirmaron verla de madrugada regresar a su casa vestida de esta manera en varias ocasiones posteriores a su partida, también se le vio ir a la tienda de Don Cheo a pedir de fiado su panque con pasas, una bolsita de café legal y un litro de leche que más tarde pasarían a pagar sus hijos o sus nietos, una tarde su hijo Manuel creyó reconocerla saliendo de la iglesia.  

Durante años había mencionado que hacer con las cenizas de su esencia cuando se fuera a ese viaje, pero cambiaba tanto de opinión, según su estado de ánimo, que decía una cosa como decía la otra, al grado que sus hijos el día que se fue no sabían si tenían que dispersarlas en el mar, llevarlas al Cuatlapanga, cernirlas en Huamantla o en el Carmen en Teziutlán, en una maseta, en el W.C., ponerlas al lado de su hijo Jorge, junto a su Padre o con su madre… Así que decidieron hacer todo lo que pidió. De este modo la Tía Toya hoy anda viajando por todas partes a través del viento, del mar, de los ríos, las aves y los pensamientos de muchos que la conocieron, pero sobre todo de sus hijos que cada vez que se sienten abatidos, derrotados o extraviados, solo tiene que nombrarla para estar del otro lado de las penas y los sinsabores, ese lugar colmado de amor es en sus vidas una gran Victoria.  

 

 

martes, 7 de junio de 2011

MI madre y mis tíos




Mi madre,  Victoria Montiel Rivera, es la más chica de nueve hermanos  que por desgracia para mi ya no están físicamente, pero a los que puedo seguir sintiendo presentes de muchos modos, de diversas maneras; en mi transitar cotidiano por los lugares, casas y calles donde los veía pasar cuando  niño o me los llegaba a encontrar  frecuentemente por vivir cerca de donde ellos vivían. También los puedo mirar, apapachar y charlar con ellos  nuevamente a través de las menciones que aun hace mi madre de  cada uno de ellos, o al saludarme con sus hijos y nietos en algún encuentro casual. Por esta razón no los siento ajenos a mi entorno, para mi están aquí.Así es,  su legado sigue siendo un manto de tejidos complejos que me asombra y maravilla, sin duda fueron muy elaborados en sus manufacturas, tanto como lo fueron en sus diversos oficios, en sus principios y en sus modos de trascender, con trabajos arduos y  resultados encantadores, con una filigrana tan fina que hoy se manifiesta no solo en sus hijos, sino que por fortuna alcanza para hacerse notar en los nietos y en algunos casos, hasta en los bisnietos.
Mi madre siempre me ha dado una versión, su versión,  de nuestra procedencia centenaria y de nuestros antecedentes milenarios, de nuestro ramificado árbol genealógico, el cual en mi cabeza siempre terminó siendo una enredadera in entendible por tanta rama, tanta hoja y  tanto nombre. Recobecos mágicos , provincias encantadoras y añorables, mascotas, apellidos, rios, charcas, frutas, ranchos, haciendas, veredas, trenes y gente que no esta pero si estuvo...
Por esto  recuerdo que siempre que este tema se desahogaba en alguna reunión o convite familiar donde estaban uno o varios de mis tíos o tías, las versiones se aglutinaban en un marasmo  de menciones,  nombres, lugares, años, anécdotas y discusiones que terminaban irremediablemente en el mejor de los casos, en el desvío del tema al cerro del  Cuatlapanga, de tal manera que  yo terminaba siendo la ochentava generación  descendiente  directo de Moctezuma I.  Y luego me preguntaba, pues no que todo se inició en Tlaxcala?.
Y es que así eran  las platicas  de mis tíos, jolgorios fraternos, casuales o predispuestos, tertulias en una visita planeada o platicas y chistes en un encuentro casual en casa de alguno de ellos o incluso en la calle. Y ahí,  sin empacho alguno,  esa maravillosa costumbre de soltar la memoria al aire sin límites , hacer las mezclas pertinentes, un recuerdo de aquel, una anécdota de esta,  una fecha de este y una locación de aquella otra, rematar con un refrán popular que arrancaba las carcajadas de los hermanos y sus familias correspondientes, platicas que siempre en algún momento contenían  una enorme melancolía de todos ellos por su raíces, por sus recuerdos, por su infancia feliz, su crecimiento difícil, y su amor a la vida fácil. Platicas que su único objetivo era mantener la unión, el apoyo, la creencia de que todos eran como uno solo, como la familia.
Conforme pasaron los años ellos se fueron encargando de explicarme la ley de la vida de manera directa, uno a uno , una a una, en diferentes momentos de mi vida me hicieron saber como duele un adiós para siempre, a que sabe todo el amor que te dieron en vida, y lo poco que uno agradece de momento todo eso que te están dando, simplemente, por ser parte de su familia, porque eres hijo o hija de uno de sus hermanos o de sus primos...
Fue en uno de estos eventos de partida dolorosa y triste, la de mi tío Heriberto, la que cimbró la estructura  de la hermandad. Marcaba el declive  en la línea de la vida de los hermanos Montiel Rivera, hacia el  deceso que se determina en la naturaleza por cronología, aunque a la postre no se daría de este modo. Sin embargo este suceso sensible en todos los hermanos y demás familiares, provoco en mi tío Felipe mas cuestionamientos y respuestas aparte de la sentida perdida… Y determino cuestionar… Por que siempre nos vemos y juntamos todos hasta que alguien muere?. Allí llegamos todos a saludarnos , abrazarnos, apoyarnos y estar juntos para soportar una desgracia … Porque  no hacerlo por la gracia de estar con vida, de conocernos,  y saber como son las nuevas generaciones, quienes son los nuevos elementos de la familia, quienes somos los que aun tenemos vida?.
Esto dio sus frutos años después, Mi tío Felipe ya no pudo aparecer en esas primeras fotos de la familia en las escaleras de la parroquia de Huamantla en esa  primera gran reunión familiar a finales de los 70´s. Reunión para la que fue necesario la unión  de un grupo de entusiastas personajes, primos , tíos y esposos de tías y primas, quienes contribuyeron decisivamente en la planeación y logística de este gran proyecto, ¨ La Montielada¨ . Primero de varios eventos de este tipo.
Muchos hemos concluido y sabemos que dentro de estos miembros emblemáticos que planearon este encuentro, estaba el Tío Felipe, ahí, en esas reuniones organizativas que algún día mencionaré mas ampliamente en este medio para intentar, relatar, mencionar o hacer referencia a acontecimientos que sucedieron y se generaron convirtiéndose en espléndidas anécdotas de ese proyecto de las cuales me he venido a enterar últimamente, 30 años después, y que fueron las semillas que ahora nos nutren de maravillosos recuerdos y sentimientos encontrados a muchos de generaciones pasadas, se puede decir que mi tío Felipe, participaba activamente en ese primer evento, desde luego que si, con muchos de los que para entonces, sobrinos, hermanos, parientes y mas, habían partido a algún sitio totalmente espiritual.
Venga pues unos aplausos al Tío  y  porque no a todos los que hemos conformado esta familia...